Época: Paleolítico Superior
Inicio: Año 38000 A. C.
Fin: Año 9000 D.C.

Siguientes:
Historia de los descubrimientos
Características técnicas
Temática
Distribución geográfica
Evolución y cronología
Interpretación

(C) Eduardo Ripoll



Comentario

La línea de cerebralización de los primates asciende de forma lenta durante cincuenta millones de años, para pasar a acelerarse y hacerse explosiva en los últimos dos o tres millones de años. Luego, al parecer, se para al llegar al hombre de Neanderthal y al Homo sapiens sapiens. Entre los australopitecos y el hombre actual el volumen del cerebro ha crecido dos veces y media. Ese Homo sapiens sapiens, nuestro antepasado directo, aparece de forma súbita en el escenario del Viejo Mundo hace unos 38.000 ó 35.000 años, introduciendo las diversas fases de civilización que conocemos con el nombre de Paleolítico superior.
En efecto, el hombre de tipo moderno desarrolló una serie de grandes etapas caracterizadas por el desarrollo técnico, las primeras y grandes manifestaciones del arte y la existencia de una religión atestiguada por ese mismo arte y por los ritos funerarios. Las fases que se suceden durante el Paleolítico superior son las siguientes: en primer lugar el complejo grupo del Perigordiense (Chatelperroniense y Gravetiense) y el Auriñaciense (hacia 38/35.000 a 19.000) seguido del Solutrense (hacia 18.000 a 15.000) y el Magdaleniense (hacia el 15.000 a 9.000). Cada uno de estos períodos se subdivide en varias etapas.

Las capacidades intelectuales de este hombre del Paleolítico superior eran las mismas que las del hombre actual, y si ya poseía las virtualidades para realizar una apropiación del espacio inmediato, en su cerebro existían todas las posibilidades del pensamiento reflejo que las civilizaciones posteriores han ido poniendo de manifiesto. Una de esas posibilidades era el arte.

Es evidente que la vida de los cazadores paleolíticos no era fácil. En Europa existía un clima rudo, el de la glaciación de Würm, con alternativas de largos milenios de frío húmedo y de frío seco, cambios climáticos que se reflejaban en la flora y en la fauna. Los estudios paleobotánicos y paleontológicos, cada vez más avanzados, lo explican muy bien. Las nieves perpetuas estaban entre 700 y 1.000 metros, más bajas que en la actualidad. Las grandes estepas eran frecuentadas por paquidermos como el mamut y el rinoceronte lanudo, si bien la especie más característica era el reno, en nuestros días tan típico de las regiones próximas al círculo polar. Se ha repetido que las condiciones climáticas en la Europa central y meridional eran semejantes a las actuales de Escandinavia, del norte de Rusia o de Siberia, pero se olvida que la insolación correspondiente no es la misma en unos y otros lugares. En sentido opuesto, también se ha hablado de un paraíso de los cazadores en la Europa central y occidental paleolíticas.

Al imponerse el más reciente de los cambios climáticos, hacia el 10.000/8.000 a. C., la sustitución total del reno por el ciervo será el símbolo de los nuevos tiempos, más templados, y que en lo cultural se calificarán como epipaleolíticos. En aquel momento se terminó, para Europa, la civilización de los grandes cazadores paleolíticos que, en gran parte, debieron emigrar a tierras septentrionales tras el ambiente ecológico que era propicio a su actividad básica.

Nos ocuparemos, pues, del arte de una población de cazadores, en estrecha dependencia, casi exclusiva, de la alimentación salvajina. Para los pueblos dependientes de la caza, ésta ofrece el problema de su gran movilidad -dificultad para conseguirla- y el de su abundancia aleatoria. Esta fue una de las causas por las que el cazador del Paleolítico superior multiplicó y diversificó sus utensilios, alcanzando un elevado tecnicismo. Entre ellos encontramos instrumentos en piedra, como los buriles, raspadores y puntas de flecha, o en hueso o asta, como los propulsores o los arpones. Se trata de unas técnicas muy avanzadas y que están sólo limitadas por el conocimiento de otras materias primas. Piénsese, por un momento, en lo que representa el descubrimiento hecho por los solutrenses de la aguja de hueso con perforación que, a pesar de su simplicidad, nos asegura la existencia de una artesanía del vestido en piel y que, aunque en un material diferente, pervive todavía en nuestros días (vestidos como el del enterramiento de Sungir, Vladimir, antigua Unión Soviética, con casquete y millares de cuentas de adorno; o la dama del anorak, grabada en la cueva de Gabillou).

La preocupación constante de aquellos hombres por la venación debió ser una idea obsesiva. Pero nuestro conocimiento de dicho período de la historia humana nos asegura que esa angustia permanente -acaso aún más vivida por los hombres de épocas anteriores- no impidió el desarrollo de una actividad estética por medio de las manifestaciones de un arte admirable que todavía tenemos la suerte de poder contemplar, al menos en parte.

Además, el arte, en tanto que manifestación de la cultura, es un fenómeno social, y el arte del Paleolítico superior nos asegura, si, por otra parte, no tuviéramos otras evidencias, que durante muchos milenios existieron unas agrupaciones humanas organizadas, consistentes y con una enorme capacidad de transmisión. Es indudable que este arte tenía un sentido social. Queremos decir que, si no hubiera sido comprendido por sectores importantes o por la totalidad de la población, no habría tenido una pervivencia tan larga. Contemplando sus obras, con razón se puede hablar de complejidad mental en sus autores. Y habida cuenta de la enorme dimensión temporal de la historia humana, ese arte se halla muy cerca de nuestro pensamiento estético.

Para hacérnoslo entender, una pléyade de prehistoriadores ha trabajado durante más de un siglo. En las páginas que siguen aparecerán con frecuencia los nombres de los dos mayores investigadores del arte de los cazadores paleolíticos, sin cuyos trabajos no se hubiera alcanzado el nivel de conocimiento que de él tenemos en la actualidad. Nos referimos al abate Henri Breuil (1877-1961) y al profesor André Leroi-Gourhan (1911-1986). Ambos dedicaron una gran parte de sus vidas al estudio de las cavidades con arte, a su evolución estilística, su cronología y su significado. Pero entre sus sistemas hay discrepancias fundamentales que iremos explicando. La ciencia tiene que proseguir su búsqueda anhelante de la verdad: aunque Leroi-Gourhan disentía muchas veces radicalmente de las teorías del abate Breuil, hablaba siempre de él con respeto y admiración, analizaba y contradecía sus hipótesis con tacto y elegancia, y se complacía en señalar cómo, en los mismos umbrales del siglo XX, supo dar el viejo maestro unos fundamentos seguros a la investigación prehistórica que, gracias a él, se convirtió en una verdadera ciencia. Con dedicación admirable, ambos intentaron dar respuesta a tantos interrogantes como surgen al enfrentarse con el primer arte de la humanidad. Estamos seguros que ellos harían suyas las preguntas que se hace Julián Marías: "¿Por qué el hombre se permite el increíble lujo de duplicar el mundo y crear, junto al real y efectivo, en que tanto esfuerzo le cuesta vivir, que le da tantos quebrantaderos de cabeza, otro mundo, el mundo de la ficción? Estas actividades, si se mira bien, tan extrañas, ¿qué son, cómo se justifican, por qué las realiza el hombre con tanta pertinacia?" (de "La imagen de la vida humana", Madrid, 1971, pp. 12-13).